Últimamente me descubro conectando con mi deseo a través de los sueños despiertos.
Sueño con lo que quiero en un futuro que no tiene fecha, aunque eso signifique perderme un poco de lo que ya tengo enfrente.
Me paso horas navegando en Pinterest, Temu o Amazon, agregando al carrito cosas que compraría si tuviera un espacio propio. Sé que alimentar esa práctica no siempre ayuda a mejorar mi relación conmigo: a veces me deja un vacío. Pero también me da un instante de energía, porque me pone a soñar despierta.
Esa doble cara me acompaña: la satisfacción momentánea y, al mismo tiempo, la ansiedad de lo que aún no sucede (y que no sé cuándo sucederá). Ahí queda el tablero, como un vision board esperando a ser manifestado. Claramente esto delata la naturaleza dominante del elemento tierra en mi carta natal: siempre partiendo de la certeza y de la comodidad material.
En este punto, creo que la relación que he creado conmigo me ayuda a no perderme en esa faceta dual de ser soñadora y ansiosa a la vez. Reconozco que estos pensamientos me muestran un anhelo profundo, que hoy se ha vuelto prioritario: hacer nido.
Por ahora, hacer nido conmigo.
Volver a sentirme como una niña que inventa su casa de muñecas y la llena de lo que imagina. Tal vez sea mi manera de combatir la incertidumbre del futuro —o de aumentarla—, pero esos micro-momentos me regalan algo: la ilusión de que algún día ese espacio llegará, o que lo estoy construyendo poco a poco.
¿Qué otra cosa podría desear en este momento de mi vida, si no es estabilidad y equilibrio?
En mi cumpleaños número 30 me cobijó la sensación de que lo mejor estaba por venir. Pero también se sembró esa idea (impuesta por mi contexto social, lo sé) de que a estas alturas ya debería tener “ciertas cosas” resueltas. Que mi trabajo comenzaría a rendir frutos, que algunas certezas se aclararían. Y sí, algo de eso es cierto… pero también siento que muchas veces me estoy enredando.
Me da miedo el autosabotaje, volverme aburrida, poco auténtica, inflexible. Quisiera transformar por completo la idea de certeza, que dejara de ser algo tan serio. Que el juego pudiera entrar en la fórmula. Que ese espacio propio que tanto sueño se disfrute en el proceso de construirlo, y que sienta realmente que vivo en un lugar fuera de riesgo, con un futuro prometedor.
Podría detenerme a reflexionar sobre cómo la situación global y nacional influyen directa e indirectamente en este duelo interno. Pero hoy no quiero hacerlo. Ese diálogo siempre termina haciéndome sentir impotente. Otro día, quizá, y acompañada de otras que atraviesan lo mismo.
Vivir dentro de mí puede ser un mecanismo de defensa frente a la falta de certezas afuera. Pero también es mi verdad y mi intimidad. Ese espacio interior me pertenece, y puedo transformarlo cuantas veces quiera. Eso, al final, es libertad.
Con amor,
Texto: Ale Gutiérrez de V.
Foto: Ruth De León